Desde el siglo XV, Pico della Mirándola ya señalaba al hombre como un ser racional, con capacidad de verificación del mundo, así "[...] que el hombre, familiar de las criaturas superiores y soberano de las inferiores es el vínculo entre ellas", siendo pues el intérprete de las ideas y de la razón. Capaz de sentir, a diferencia de los ángeles; capaz de pensar, a diferencia de los animales.
Ahora, pasamos de un pensamiento religioso, dogmático y totalizante a uno racional, que exige la verificación, el método, la comprobación, el análisis. Un pensamiento que ubica al ser humano en nueva nueva postura frente al mundo que lo rodea, desplazando al dios judeocristiano de su cúpula para ubicarse él y sus problemas. Esto no quiere decir que la deidad saliera de la fórmula, sólo dejó de ser el centro, dejó de ser el argumento, dejó de ser el motor y el impulso, ahora lo eran las necesidades, miedos, motivaciones y necesidades humanas.
Entre las preguntas más polémicas se encontró la diferencia entre los hombres. No podemos olvidar que en la Edad Media el hombre europeo promedio tenía valor sólo en referencia a su origen y títulos nobiliarios alcanzados, lo cual construyó un mundo jerarquizado, vertical e inmóvil. El pensamiento racional tenía que cambiar dicho orden y sustituirlo por nuevos principios.
Aquí surgen ideas como el derecho a la razón, es decir: tengo derecho a pensar por mí mismo, expresar mis ideas, divulgarlas y no ser asesinado o apresado por ellas, pues son resultado de un proceso de análisis y sustentación. Por otro lado, está el derecho a la igualdad, uno de los más polémicos aún hoy, pues no sólo rompe con todo el sistema de privilegios que poseían las familias nobles, sino que desestructura el sistema productivo y permite la movilidad social. Por demás, aunque no menos importante, la Libertad, el valor que permitirá tomar decisiones sobre el trabajo, sobre la vivienda, sobre la forma en que habitamos el planeta. El pensamiento ilustrado propuso que cada hombre era libre y su trabajo estaba al servicio de sí mismo y no de otros, que podía moverse sin importar contratos o limitaciones establecidas por la nobleza o la iglesia.
La luz de la razón despeja los fantasmas del pasado... Por ahora.
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